lunes, 18 de febrero de 2013






El jueves 19 de julio del 2012. Una contradicción burguesa.



Como todos los días después del trabajo iba en dirección a mi universidad llevaba junto a mí los problemas de siempre (en mi mente), pero los amortiguaba con los audífonos y la música; mi fiel amiga, desenbarco en Estación baquedano donde muchos como yo vienen con quizas los mismos problemas en la espalda, luego cambio de vía en dirección a estación El Salvador.


Cuesta enfrentar la tristeza y rabia social como preámbulo a lo terrible que evidencie fuertemente aquella tarde de julio.


La imagen sostenida del horror  de ese momento…….más que sospechar ví la realidad tal como es,  esa verdad escondida bajo la alfombra triunfal clásica posmoderna.


Ese día me enfrente con algo realmente que me dejó por un extendido momento sin palabras y casi sin aliento. Mientras abordaré mi paso cotidiano después de las horas laborales encerrado en mi celda social “mi trabajo”, digo mis celdas porque al final nadie me obliga a estar allí, solo me obligan las deudas y la necesidad occidental de tener algo de dinero sucio en una sociedad sucia de alma con sus malls y cuanta arma apuntándonos  toda la vida, tu vida, mi vida, sus vidas, nuestras vidas.


Saliendo del metro Salvador en la adinerada comuna de providencia a la cual llamo “pobredencia”, llego al semáforo para cruzar al otro lado donde está depositado mi “futuro laboral” la casa de estudios cerca de los canales de comunicación. Encontré a un nuevo amigo, un amigo con una barba larga y canosa que comía con el dedo, sí comía con el dedo porque tenía sobras de un yogurt en sus manos al lado del basurero, y claro lo había sacado de ese mismo basurero.







Me acerqué a él y le dije hola soy Freddy y también tengo hambre, me miró y con una sonrisa semi abierta me responde, “puedo soportar el hambre de hecho ha sido un deber obligado”, inmediatamente le di un pequeño golpe amistoso en el brazo y lo invité a tomar once como normalmente, popularmente se conoce en este país de unos pocos.

A todo esto me olvidé de mi segunda obligación; la universidad. Creo que haberle dado un pequeño tiempo a mi nuevo amigo más que rozar lo fundamental es una obligación, un revolucionario posmoderno debe amar a su igual o par como lo enseña uno de mis próceres, el Ché.

Mientras caminábamos para detenernos en algún local o en un carrito de las sopaipillas (un poco difícil en esta comuna, porque no las dejan trabajar tranquilas por sanidad y esas cosas que los Mac donnald’s por ejemplo desconocen), decidimos ir a un local, agarré el celular y puse una canción como lo hago con los pocos amigos que tengo ahora, al azar suena “miren como sonríen” de Violeta Parra. Disfrutamos de la canción y la cantamos a momentos, nos equivocábamos lo cual nos hacía reírnos a carcajadas, todo iba bien.

Llegamos a un local y le pedimos a la señorita té y cuatro marraquetas con una paila de huevos revueltos, brindamos con el té y por este cambio de planes.

La conversación fue extensa, le hablé de mi vida con sus alegrías y tristezas, de mis anhelos y frustraciones. Él hizo lo propio y más, pero al final coincidimos en que la vida es un arte que ni siquiera se plasma en un cuadro o en un libro, se alivia el dolor por los actos innatos y claros sin calcular consecuencias, como la transparencia del agua, otra coincidencia fue que los colores que conocemos son sólo el principio de algo hermoso, y sólo depende del compromiso con los demás en una sociedad absolutamente neoliberal de competencia abismante, la cual tiene a 500 millones de pobres en este planeta, sin contar a los esclavos de siglo XXI, los endeudados como yo, mi círculo cercano, mis vecinos, mis profesores y mi familia. Cuando reflexionábamos sobre esto, nos acordamos de Violeta Parra y su canción.





Mientras estábamos en eso de pronto se escuchan unos gritos de varias personas juntas, mi amigo me dice salgamos a ver que pasa, le sigo y nos damos cuenta de que vienen marchando por la calle los estudiantes con sus cánticos y sus pancartas libertarias, claramente rodeados por la fuerza policial tan propia “los verdugos de los pueblos”; la represión.


Mi nuevo amigo entre tanto dice, “los garantes del orden, los que me echan de los malls por pedir plata o algo para comer; me dio tristeza escuchar eso.


No hay comentarios:

Publicar un comentario