lunes, 18 de febrero de 2013


Continuación:

Saliendo del metro Salvador en la adinerada comuna de providencia a la cual llamo “pobredencia”, llegando al semáforo para cruzar al otro lado donde está depositado mi “futuro laboral” cerca de los canales de comunicación. Encontré a un nuevo amigo, un amigo con una barba larga y canosa que comía con el dedo, sí comía con el dedo porque tenía un yogurt en sus manos al lado del basurero, y claro lo había sacado de ese mismo basurero. Me acerqué a él y le dije hola soy Freddy y también tengo hambre, me miró y con una sonrisa semi abierta me responde,” puedo soportar el hambre de hecho ha sido un deber obligado”, inmediatamente le di un pequeño golpe amistoso en el brazo y lo invité a tomar once como normalmente, popularmente se conoce en este país de unos pocos.
A todo esto me olvidé de mi segunda obligación; la universidad. Creo que haberle dado un pequeño tiempo a mi nuevo amigo más que rozar lo fundamental es una obligación, un revolucionario posmoderno debe amar a su igual o par.
Mientras caminábamos para detenernos en algún local o alguna tía de las sopaipillas (un poco difícil en esta comuna, porque no las dejan trabajar tranquilas por sanidad y esas cosas que los Mac’donnalds desconocen), agarré el celular y puse una canción como lo hago con mis demás amigos, al azar suena “miren como sonríen” de Violeta Parra. Disfrutamos de la canción y la cantamos a momentos, nos equivocábamos lo cual nos hacía reírnos a carcajadas, todo iba bien.
Llegamos a un local y le pedimos a la señorita dos tés y cuatro marraquetas con una paila de huevos revueltos, brindamos con el té y por este cambio de planes.
La conversación extensa, le hablé de mi vida con sus alegrías y tristezas, de mis anhelos y frustraciones. Él hizo lo propio, pero al final coincidimos en que la vida es un arte que ni siquiera se plasma en un cuadro o en un libro, se ejemplifica por los actos innatos y claros como el agua potable española como la nuestra, creímos que los colores que conocemos son sólo el principio de algo hermoso, y sólo depende del compromiso con los demás en una sociedad absolutamente consumista neoliberal, la cual tiene a 500 millones de pobres en este planeta, sin contar a los esclavos de siglo XXI, los endeudados como yo y mi círculo cercano. Cuando reflexionábamos sobre esto, nos acordamos de Violeta Parra y su canción.





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