El jueves 19 de julio del 2012. Una contradicción burguesa.
Como todos los
días después del trabajo iba en dirección a mi universidad llevaba junto a mí
los problemas de siempre (en mi mente), pero los amortiguaba con los audífonos
y la música ;
mi fiel amiga, desenbarco en Estación baquedano donde muchos como yo vienen con
quizas los mismos problemas en la
espalda , luego cambio de vía en dirección a estación El
Salvador.
Cuesta
enfrentar la tristeza y rabia social como preámbulo a lo terrible que evidencie
fuertemente aquella tarde de julio.
Ese
día me enfrente con algo realmente que me dejó por un extendido momento sin
palabras y casi sin aliento. Mientras abordaré mi paso cotidiano después de las
horas laborales encerrado en mi celda social “mi trabajo”, digo mis celdas
porque al final nadie me obliga a estar allí, solo me obligan las deudas y la
necesidad occidental de tener algo de dinero sucio en una sociedad sucia de
alma con sus malls y cuanta arma apuntándonos
toda la vida, tu vida, mi vida, sus vidas, nuestras vidas.
Saliendo
del metro Salvador en la adinerada comuna de providencia a la cual llamo
“pobredencia”, llego al semáforo para cruzar al otro lado donde está depositado
mi “futuro laboral” la casa de estudios cerca de los canales de comunicación.
Encontré a un nuevo amigo, un amigo con una barba larga y canosa que comía con
el dedo, sí comía con el dedo porque tenía sobras de un yogurt en sus manos al
lado del basurero, y claro lo había sacado de ese mismo basurero.
Me
acerqué a él y le dije hola soy Freddy y también tengo hambre, me miró y con
una sonrisa semi abierta me responde, “puedo soportar el hambre de hecho ha
sido un deber obligado”, inmediatamente le di un pequeño golpe amistoso en el
brazo y lo invité a tomar once como normalmente, popularmente se conoce en este
país de unos pocos.
A
todo esto me olvidé de mi segunda obligación; la universidad. Creo que haberle
dado un pequeño tiempo a mi nuevo amigo más que rozar lo fundamental es una
obligación, un revolucionario posmoderno debe amar a su igual o par como lo
enseña uno de mis próceres, el Ché.
Mientras
caminábamos para detenernos en algún local o en un carrito de las sopaipillas
(un poco difícil en esta comuna, porque no las dejan trabajar tranquilas por sanidad
y esas cosas que los Mac donnald’s por ejemplo desconocen), decidimos ir a un
local, agarré el celular y puse una canción como lo hago con los pocos amigos
que tengo ahora, al azar suena “miren como sonríen” de Violeta Parra.
Disfrutamos de la canción y la cantamos a momentos, nos equivocábamos lo cual
nos hacía reírnos a carcajadas, todo iba bien.
Llegamos
a un local y le pedimos a la señorita té y cuatro marraquetas con una paila de
huevos revueltos, brindamos con el té y por este cambio de planes.
La
conversación fue extensa, le hablé de mi vida con sus alegrías y tristezas, de
mis anhelos y frustraciones. Él hizo lo propio y más, pero al final coincidimos
en que la vida es un arte que ni siquiera se plasma en un cuadro o en un libro,
se alivia el dolor por los actos innatos y claros sin calcular consecuencias, como
la transparencia del agua, otra coincidencia fue que los colores que conocemos
son sólo el principio de algo hermoso, y sólo depende del compromiso con los
demás en una sociedad absolutamente neoliberal de competencia abismante, la
cual tiene a 500 millones de pobres en este planeta, sin contar a los esclavos
de siglo XXI, los endeudados como yo, mi círculo cercano, mis vecinos, mis
profesores y mi familia. Cuando reflexionábamos sobre esto, nos acordamos de
Violeta Parra y su canción.
Mientras
estábamos en eso de pronto se escuchan unos gritos de varias personas juntas,
mi amigo me dice salgamos a ver que pasa, le sigo y nos damos cuenta de que
vienen marchando por la calle los estudiantes con sus cánticos y sus pancartas
libertarias, claramente rodeados por la fuerza policial tan propia “los
verdugos de los pueblos”; la represión.
Mi
nuevo amigo entre tanto dice, “los garantes del orden, los que me echan de los
malls por pedir plata o algo para comer; me dio tristeza escuchar eso.
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