Continuación:
Saliendo del metro Salvador en la adinerada comuna de
providencia a la cual llamo “pobredencia”, llegando al semáforo para cruzar al
otro lado donde está depositado mi “futuro laboral” cerca de los canales de
comunicación. Encontré a un nuevo amigo, un amigo con una barba larga y canosa
que comía con el dedo, sí comía con el dedo porque tenía un yogurt en sus manos
al lado del basurero, y claro lo había sacado de ese mismo basurero. Me acerqué
a él y le dije hola soy Freddy y también tengo hambre, me miró y con una
sonrisa semi abierta me responde,” puedo soportar el hambre de hecho ha sido un
deber obligado”, inmediatamente le di un pequeño golpe amistoso en el brazo y
lo invité a tomar once como normalmente, popularmente se conoce en este país de
unos pocos.
A todo esto me olvidé de mi segunda obligación; la
universidad. Creo que haberle dado un pequeño tiempo a mi nuevo amigo más que
rozar lo fundamental es una obligación, un revolucionario posmoderno debe amar
a su igual o par.
Mientras caminábamos para detenernos en algún local o alguna
tía de las sopaipillas (un poco difícil en esta comuna, porque no las dejan
trabajar tranquilas por sanidad y esas cosas que los Mac’donnalds desconocen),
agarré el celular y puse una canción como lo hago con mis demás amigos, al azar
suena “miren como sonríen” de Violeta Parra. Disfrutamos de la canción y la
cantamos a momentos, nos equivocábamos lo cual nos hacía reírnos a carcajadas,
todo iba bien.
Llegamos a un local y le pedimos a la señorita dos tés y
cuatro marraquetas con una paila de huevos revueltos, brindamos con el té y por
este cambio de planes.
La conversación extensa, le hablé de mi vida con sus alegrías
y tristezas, de mis anhelos y frustraciones. Él hizo lo propio, pero al final
coincidimos en que la vida es un arte que ni siquiera se plasma en un cuadro o
en un libro, se ejemplifica por los actos innatos y claros como el agua potable
española como la nuestra, creímos que los colores que conocemos son sólo el
principio de algo hermoso, y sólo depende del compromiso con los demás en una
sociedad absolutamente consumista neoliberal, la cual tiene a 500 millones de
pobres en este planeta, sin contar a los esclavos de siglo XXI, los endeudados
como yo y mi círculo cercano. Cuando reflexionábamos sobre esto, nos acordamos
de Violeta Parra y su canción.
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